Hace meses
no me nombro,
no
detengo el paso
en algún
punto de mi nombre,
doy la cara
a los fantasmas de mis miedos
y me
adentro autónoma
en el
ostracismo de mi patria.
Hace
tanto no me incluyo,
no me
esmero
en las
alboradas de mis sueños
ni en las
sombrías tardes de fatiga,
los
matices del ocaso dorados en mi piel
se
desvanecen
y arrinconan
en las esquinas de las sombras
los
restos de luz
cuajados
en los
cóncavos de la mirada.
Ya no
cuento calendarios.
Primavera
y verano
al urdir lo
más insigne de sus épocas
han ceñido
en mis fibras
su fragante
esencia
y en los
estuarios
las
huellas, cicatriz del fruto
al conciliar con la natura,
nectar del sentir
que
magnifica el alma.
Hace
tiempo no me observo,
sin
espejos que reflejen
la
vanidad del seno y la cadera,
huyo de
los cristales vivos
que
arroban la mirada
y de las palabras
que encienden
hogueras
entre los pliegues
de la
poesía en el oído.
Ahora, mi
piel constriñe
el vestigio de los besos
el vestigio de los besos
y las
entrañas secan sus muros,
universo
de mariposas
aletargadas
en las horas
las que aguardan
el tañer de los sentidos
para
elevar su vuelo
en el templo
de los holocaustos
de la
muerte
y de la
vida.
Ahora, soy la acacia que cobija
los espíritus de invierno
los que aguardan
el exilio de los vientos y del frío
del bullicio y de las luces
del arcoíris y de las lluvias
de las tardes y de los albores
de los murmullos en los trigales
de los gorjeos entre las ramas
de la caricia de los huertos
y de los secretos a la media noche.
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