Las
diez de esta noche dominguera.
Como
la bruma nocturna, el silencio se expande entre las calles, las risas y la algarabía de las cuadras
aledañas fueron apocando sus acordes, apenas, el ladrar de los perros ahuyenta los
vecinos, sombras que surcan las aceras, en la búsqueda de sus propios nichos,
moradas que albergan sus disímiles universos.
Del
color de mis ojos y de mi cabello, esta noche es tan profunda como mis pensamientos,
camina en solitario atravesando la ausencia del día, y yo, sigo sus pasos desde
mis horas, camino impávida sobre cada uno de sus instantes, empoderando mi
espíritu con la suavidad de la brisa.
Me
acomodo… ¡Este tiempo es mío!, ¡El espacio es mío!, el frío reconoce mi piel y se ufana de calzar
la desnudez de mis talones, las medias noches saben de mi nostalgia, escinde mi
pensamiento y deja libre a las palabras, las mismas que fueron secuestradas por
la mujer que de día, se entrega toda, la que se da a borbollones, la que se disemina
como el agua entre los huertos, abasteciendo de sustantivos las lindes de su
familia.
En
este plano y en estas horas, me desnudo
de todos los adjetivos con los cuales me reconocen afuera de mi carne; detrás de estos huesos y de esta piel, está
ella, la que es hija y la que es madre, la que es hermana, la que es enfermera,
maestra, sicóloga, trabajadora, la dama de hierro, inmunizada a la fatiga, al
dolor y las lágrimas.
Amo
este rincón de cosas viejas. Vieja lámpara
que pende como un gato en el centro del silencio, viejo anaquel que custodia mis
libros y viejos cuadernos con versos de juventud y de infancia, viejo el mesón
que copila un florero, escuadras, lápices y colores, y también, el vibrato de las
voces ausentes, de trasegar de platos y cubiertos.
Hay
mucha empatía entre la afonía del día y el tañer de mi corazón. Ante tanta insistencia, mi espíritu aligera
su carga de emociones, búcaros de sentimientos apretados entre mis brazos, se
descargan sobre renglones impolutos, ellos son los algodones que beben mis
quejas, se exaltan ante triunfos y me
sostienen en fracasos, recogen con mística, el dolor de mis desencantos y maquillan
mis párpados, del color de primaveras, cuando el gris de mis soledades saludan
el ocaso.
Esta
hora que se rinde ante mis ojos, permite que me apropie de su estado de ánimo,
redime el desamor que se vierte sobre mis hombros y unge de metáforas, cada
verso, cada poema que exulta de colores sus letras.