En la época de mi niñez
las horas eran un terrón de
azúcar.
Se disolvían muy despacio entre la
escuela y la casa,
en los caminos empedrados
en los charcos que hendían las lluvias
en los pastizales llenos de nidos
en los cipreses y los ocales
en el borboteo de las corrientes
en las huertas y en las conejeras
en el calor de las hornillas
y en ese cobertor de brazos
que tonifican la carne y el pensamiento
limpio.
En el tiempo de la fantasía
y los amaneceres presuntos:
Los horizontes eran tapices de dientes
y de ojos
de mantas voladoras,
de ansias que perforaban luces matutinas,
de corredores expandibles para
canastadas de pies
y con ese aroma de paz y de
orgullo ancestral
del lúdico café tostado por las manos
ciertas
y molido con el don del pecho, sabía
de los abuelos
sabía roja y calígine,
apostillada en la mirada con la algarabía
de la casa.
En la cosecha de la infancia y de los
ocasos probables.
Ropas con betún de campo y jirones
enarbolados,
lábaros (otrora camisas) que
conquistaban los armarios
de reyes y de reinas en castillos
comunales,
en somnolientas batallas, forjadas
entre los zarzos
y ese cielo como testigo de los
pliegues en las mejillas.
De las horas de los abuelos y de sus
infinitas historias.
Riberas apacibles y de espejos
colmados de peces,
coros en los corrales y su níveo
manjar,
planicies doradas de espigas, con la
brizna que nos unifica,
cortijos entre los valles donde se
humecta la piel
con el sudor del suelo sagrado y que
acoge los sembradíos,
se investían de glauco ropaje hasta
avistar la primavera
renovando los atuendos con los colores
alegres
para entregar toda su mies, a
paladares distantes.
En las noches sin velos y de faroles
en el firmamento
de jardines en la oscuridad donde
corteja la luna,
los duendes invisibles y los héroes de
las fábulas
asaltaban los rincones, las buhardillas
y los tejados
alcanzados a través de puentes hechos
con la inocencia
y esos locos corazones hinchados de
alegría,
reposaban a las ocho, después de la
merienda.
Todo era tan cierto, como los huesos y
la carne
como la espuma de las corrientes y los
algarrobos de los huertos,
todo era tangible, todo universal y todo
tan … efímero
como los abrazos y los besos y las
planas en las cartillas,
las huellas en el polvo
el arcoíris y las mariposas, después
de los aguaceros,
las alboradas y las tardes, del sol y
las estrellas.
Era el tiempo de las cometas, de los
lazos y las pelotas,
alondras eran los pies y tañer de
risas en los guaduales
años bienaventurados de libertad y de
paz
de cuentos y de poesía
de bailes y de teatro…
… se silencian hoy los calendarios
al llegar la tecnología
y suspiran olvidados en los anaqueles
del alma.