La ciudad
se presenta como vertiente hidrográfica,
las
avenidas
afluentes
tornasoladas
se
precipitan por la gran cuenca de la
sabana,
ríos de
luciérnagas
son los
vehículos cargados de cuerpos en delirio,
otros, por
miles
zombis
que avanzan pegados a las paredes
y que son
intangibles en las vidrieras,
nadie se
detiene,
nadie se
mira,
se agitan
en cardumen
para
morir en la oquedad de la noche.
La gran amazonia
de concreto y de metal del altiplano,
en ella
se
aglutina la más grande diversidad de especies de nuestras calles,
tribus de
gran riqueza
que
contrastan con los géneros desprovistos de primaveras,
crisol de
lo oscuro y de lo divino,
de sonetos
y de murgas viciadas,
alfa y
omega de los espíritus
que
hienden las miradas
buscando
sus nichos.
¡Aquí!,
es esta
gran geografía
la que
nos niega la paz de los pájaros,
la que
nos roba el aliento de las mariposas en las alboradas,
la que
nos hurta la humedad del sereno,
la que
nos vigila a través de los nervios,
neuronas esponja
que recopilan
los néctares del pensamiento
y
polinizan en eventos planeados
la
libertad del corazón.
Aquí, los
pulmones del gran estuario están contaminados,
egoísmo
y rencor invaden la sangre,
huele a
ignominia
huele a
llanto
se alimenta
el miedo con cuchara de agravio
y la
palabra amor
solo
abraza el desvarío de los sueños.
¿Y qué
del delirio que dejan los besos?
¿y qué
del delirio que abraza la carne?
Se alza
la fe y empuña la vida
y en
noches de invierno
delira la
inocencia.