El tiempo
factura
y cada quien paga una cuota,
navegan su
propia goleta.
Se nace y
es ese llanto una firma,
avala
la bitácora
de nuestros navíos.
Regente de
los caminos asegura
pender en
las horas
risas o lágrimas,
vestigios
del paso en el adoquín de los sueños,
verbos conjugados
en el horros
de conciencia
o en esos
silencios,
lívidas
bandadas detrás de las muros,
negras
fachadas de melancolías.
El tiempo,
pincel del ocaso
en trazos
alegres,
huellas de
besos, de risas, de amores,
de estaciones
doradas,
mariposas
que encontraron su huerto
en una
entraña encendida,
vuelos siderales
del alma y la carne
y licor
de las vid
en la
cocción del instinto.
Matiza de
sombras a la palabra suicida
y levanta
las lozas del piso que tiembla
al danzar
una lágrima,
vocifera su
orgullo
en el
umbral de los labios,
arropa la
piel con pliegues sedientos
y resta
la fuerza
al dínamo
del suspiro.
El
tiempo, juez que sentencia
si tu
abrazo acoge mis huesos de letras
o si levanta
tapias
entre tu verso
y este poema.