Hay peces que navegan en mi carne
-otrora, peces encendidos-
perdieron sus colores de naturaleza prístina
y hoy,
es grisáceo el matiz de sus escamas,
sus dientes
-agujas sin dedales-
bordan amañados
tristezas en relieve de lamentos
también,
extenuados aljibes
por las fantasías que sobrevolaron,
saltan de piel en piel
acosando los costados
mordiendo inclementes
las lindes del espíritu.
Hay un hálito que se muere pecho adentro
-el verbo insigne del altruismo humano-
canicular dolor
lo evapora del hueso pálido
resquebrajado por la indolencia de tantas lunas,
se substrae amanecido
entre el pedernal que apuntaló sus rodillas
hasta el fondo del légamo,
cúmulo de aflicciones
sin sentido.
Hay pájaros que planean en mis ojos
-alondras del silencio-
han perdido de repente sus cañones
abortando de sus brazos
plumones dúctiles,
llevan en su lomo
ramas de esperanzas,
aromas de otros montes
que polinizan los suspiros
y aletean en la cornisa
del alma que se acalla.