jueves, 27 de abril de 2017

En el tiempo de los tiempos



En la época de mi niñez
las horas eran un terrón de azúcar. 

Se disolvían muy despacio entre la escuela y la casa,
en los caminos empedrados
en los charcos que hendían  las lluvias
en los pastizales llenos de nidos
en los cipreses y los ocales 
en el borboteo de las corrientes
en las huertas y en las conejeras
en el calor de las hornillas
y en ese cobertor de brazos
que tonifican la carne y el pensamiento limpio.

En el tiempo de la fantasía
y los amaneceres presuntos: 
Los horizontes eran tapices de dientes y de ojos
de mantas voladoras,
de ansias que perforaban luces matutinas,
de corredores expandibles para canastadas de pies
y con ese aroma de paz y de orgullo  ancestral
del lúdico café tostado por las manos ciertas
y molido con el don del pecho, sabía de los abuelos
sabía roja y calígine,
apostillada en la mirada con la algarabía de la casa.

En la cosecha de la infancia y de los ocasos probables.
Ropas con betún de campo y jirones enarbolados, 
lábaros (otrora camisas) que conquistaban los armarios 
de reyes y de reinas en castillos comunales,
en somnolientas batallas, forjadas entre los zarzos
y ese cielo como testigo de los pliegues en las mejillas.

De las horas de los abuelos y de sus infinitas historias. 
Riberas apacibles y de espejos colmados de peces,
coros en los corrales y su níveo manjar, 
planicies doradas de espigas, con la brizna que nos unifica,
cortijos entre los valles donde se humecta la piel
con el sudor del suelo sagrado y que acoge los sembradíos,
se investían de glauco ropaje hasta avistar la primavera
renovando los atuendos con los colores alegres
para entregar toda su mies, a paladares distantes.

En las noches sin velos y de faroles en el firmamento
de jardines en la oscuridad donde corteja la luna,
los duendes invisibles y los héroes de las fábulas
asaltaban los rincones, las buhardillas y los tejados
alcanzados a través de puentes hechos con la inocencia
y esos locos corazones hinchados de alegría,
reposaban a las ocho, después de la merienda.

Todo era tan cierto, como los huesos y la carne
como la espuma de las corrientes y los algarrobos de los huertos,
todo era tangible, todo universal y todo tan … efímero
como los abrazos y los besos y las planas en las cartillas,
las huellas en el polvo
el arcoíris y las mariposas, después de los aguaceros,
las alboradas y las tardes, del sol y las estrellas.

Era el tiempo de las cometas, de los lazos y las pelotas,
alondras eran los pies y tañer de risas en los guaduales
años bienaventurados de libertad y de paz
de cuentos y de poesía
de bailes y de teatro…

… se silencian hoy  los calendarios
al llegar la tecnología
y suspiran olvidados en los anaqueles del alma. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario