La sonrisa cualifica el brillo
de las horas,
y enjuaga
de vida los silencios,
apostada
en el verbo
engendro
un canto,
orgasmos
de vértigo
en los
planos del ostracismo.
La desmemoria
danza
oficia en
las tablas de la poesía,
en vertientes que surcan
los atrios del corazón
y bordan noches
en el níveo
renglón de la palabra.
La mirada
tiene el
color de un pájaro fallecido
y la tarde
el matiz
de los rostros
que ruedan
alegres
por la
geografía de mis
córneas.
Adentro
de mi desnudez
nadie escucha
el tañer de los sueños,
cimbran los
eneros
y los
diez
forman
barricadas
que me
amparan de las cacerías
de los años
muertos.
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