Llueven sus besos sobre las cálidas manos,
las suyas
caminan lentas por los rosales de piel
(femeniles lianas de corteza seda),
oscilantes sus índices
trastabillan cansados
deteniendo su avance al rozar los nudillos
y anclando sus dedos en las muñecas inéditas
al esquivo intento (de su realidad perdida)
reconocer su sangre en la voz que le vive
cercana a su oído
con arrullo fiel.
La intuye, refracción de sus luces
forman caligramas
boceto dulce de su alma ingenua
tan amada, tan soñada
última escultura de su amor de hombre
cincelada con sus genes
y su corazón de miel.
Su demencia es alígera,
abstractos recuerdos zambullen su mente
y se va con los rápidos del delirio inhumano
espumas revueltas de espacios y tiempos
renaciendo fatigado
en lapsos de indulgencia
al huerto florecido que recreó su ser.
El amoroso calla
perturbado su juicio, no enjuicia las almas
es su espíritu alegre, alforja de mieles
depósito de besos, palabras de ensueño
verso de poemas (sin ser el poema),
en omisión se extravía
éxodo de este suelo, que le inundó de gracia
la convoca hilarante, olvidando su nombre
se aleja pausado, acercándose a Dios.
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