domingo, 1 de diciembre de 2013

Te doy la bienvenida

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¡oh, diciembre!, 
parpadeas desde la frontera 
tus ojos anegados, lágrimas emanan 
y el cerúleo mirar, en nostalgias nos acoge, 
perdonas con ese séquito de nubes, la ignominia 
al depurar los excesos, adobos indigestos de los días; 
líberos de la tristeza, son tus fulgores ¡Oh, diciembre ven!, 
eres sortilegio, aúnas corazones y abotonas fe en la solapas 
contadas horas y tus cabellos de núbil gracia, serán cipreses 
muérdagos en los aleros y en las cornisas, campanas de cristal 
las que tañen con las brisas, al entonar sus acordes, ¡Villancicos! 
diciembre, metáfora del amor en un niño, nacido en los corazones 
imbuidos de enajenar la palabra de oropel, para esbozar la sonrisa 
que transfiere, un sentir de hermandad y paz entre las generaciones 
que heredarán la tierra, nuestra tierra, la tierra de la buena voluntad, 
madre de nuestros ancestros, la de nuestros padres, la de nosotros. 
¡Heme aquí, diciembre!, con mis ojos que te ansían, con mis manos 
que son estrellas cual guirnaldas de tus afectos y lumbre de tu voz 
en el perdón, mesa que nos unifica a la hora de la cena fraterna 
el amor que nos abraza, el que nos unge de bienaventuranza
al recordar el origen de nuestras fibras, el del primer llanto 
de las nuevas vidas que se despiertan en estos planos, 
testimonio inalienable de lo ínfimos que somos, tú 
hermano en la gracia que existe bajo el cerúleo
resplandor de tu mirada, yo que avizoro 
el nuevo amanecer, en la última 
hoja del año, ¡gracias!
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