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¡oh, diciembre!,
parpadeas desde la frontera
tus ojos anegados, lágrimas emanan
y el cerúleo mirar, en nostalgias nos acoge,
perdonas con ese séquito de nubes, la ignominia
al depurar los excesos, adobos indigestos de los días;
líberos de la tristeza, son tus fulgores ¡Oh, diciembre ven!,
eres sortilegio, aúnas corazones y abotonas fe en la solapas
contadas horas y tus cabellos de núbil gracia, serán cipreses
muérdagos en los aleros y en las cornisas, campanas de cristal
las que tañen con las brisas, al entonar sus acordes, ¡Villancicos!
diciembre, metáfora del amor en un niño, nacido en los corazones
imbuidos de enajenar la palabra de oropel, para esbozar la sonrisa
que transfiere, un sentir de hermandad y paz entre las generaciones
que heredarán la tierra, nuestra tierra, la tierra de la buena voluntad,
madre de nuestros ancestros, la de nuestros padres, la de nosotros.
¡Heme aquí, diciembre!, con mis ojos que te ansían, con mis manos
que son estrellas cual guirnaldas de tus afectos y lumbre de tu voz
en el perdón, mesa que nos unifica a la hora de la cena fraterna
el amor que nos abraza, el que nos unge de bienaventuranza
al recordar el origen de nuestras fibras, el del primer llanto
de las nuevas vidas que se despiertan en estos planos,
testimonio inalienable de lo ínfimos que somos, tú
hermano en la gracia que existe bajo el cerúleo
resplandor de tu mirada, yo que avizoro
el nuevo amanecer, en la última
hoja del año, ¡gracias!
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