jueves, 31 de agosto de 2017

Desvarío citadino


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La ciudad se presenta como vertiente hidrográfica,
las avenidas 
afluentes tornasoladas
se precipitan por  la gran cuenca de la sabana,
ríos de luciérnagas  
son los vehículos cargados de cuerpos en delirio,
otros, por miles
zombis que avanzan pegados a las paredes
y que son intangibles en las vidrieras,
nadie se detiene,
nadie se mira,
se agitan en cardumen
para morir en la oquedad de la noche.

La gran amazonia de concreto y de metal del altiplano,
en ella
se aglutina la más grande diversidad de especies de nuestras calles,
tribus de gran riqueza
que contrastan con los géneros desprovistos de primaveras,
crisol de lo oscuro y de lo divino,
de sonetos y de murgas viciadas,
alfa y omega de los espíritus
que hienden las miradas
buscando sus nichos.

¡Aquí!,
es esta gran geografía
la que nos niega la paz de los pájaros,
la que nos roba el aliento de las mariposas en las alboradas,
la que nos hurta la humedad del sereno,
la que nos vigila a través de los nervios,  
neuronas  esponja
que recopilan los néctares del pensamiento
y polinizan en eventos planeados
la libertad del corazón.

Aquí, los pulmones del gran estuario están contaminados,
egoísmo y  rencor invaden la sangre,
huele a ignominia
huele a llanto
se alimenta el miedo con cuchara de agravio
y la palabra amor
solo abraza el desvarío de los sueños.

¿Y qué del delirio que dejan los besos?
¿y qué del delirio que abraza la carne?

Se alza la fe y empuña la vida
y en noches de invierno 
delira la inocencia.







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