Permíteme amor, vivir allí
en el hogar tibio de tu corazón solitario
nicho de ternura que abrigará mis huesos
bajo la tenue lumbrera que dan tus ojos
cuando me acurruco triste en el umbral de tus tonadas.
Llego allí con los pies desnudos de falacias
y de todo hilo que se invente cortinas sibilinas
dejando ante la vista un cardumen de versos huérfanos
con forma de mujer
y otoños de eneros en la cara.
Permíteme amor, que sea mi hogar
esas lindes tan privadas de tu alma,
las que atisbo día a día entre renglones
desde los altos cercados que imponen tus suspiros
y atrios con hojas cerradas a las lágrimas.
Escucho muy quedo notas de guitarra
rasgadas por los índices de un espíritu rapsoda
sobrevivientes a tormentas acaecidas en los ocasos,
en taquigrafías intangibles, idioma de las huellas
de sonrisas prístinas y de besos en cascadas.
¡Permíteme amor, que sea mi hogar
la suave oración que baña tus mañanas!
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