Bajo el dorado domo
de la tarde taciturna y fría
una frescura de brisas
me llega de las riberas,
átomos de mil cristales
en rosarios engarzados
recogidos en los suspiros
de aquella playa desierta.
Cantaron en mis oídos
versos de sus elegías,
volubles soledades
expansivas de su tristeza,
sed de pasiones y arrullo
caricias de tiempos idos
guardados secretamente
en su fibra con nobleza.
Las arenas que en torbellinos
visten su piel de liras
se unifican en sus cabellos
decantando sus esencias,
vuelan cual blancas cigüeñas
escalando los alisios
y con gráciles giros de luces
juegan hoy, en mi presencia.
Sutiles brisas de océano
blancas sílices guajiras
beban agua de panal
reposen en el ciprés de la sierra,
los ungiré con sonrisas
y de los ocales, olor de brea
marchándose cobijados
del montaraz que silencia.
Nubes de alondras en éxodo
con alma de diosas valquirias
son las auras de los oleajes
que regresan a su vera
cargadas de sol y de almíbar
con sabores a fruto de cumbres
recogidos en mis cosechas
para ofrendar al que espera.
Relicarios con mis desvelos
en noches de plenilunio
emisarios son los luceros
guías para los vientos
lámparas que guiñan sus flamas
desde las altas montañas
para dejar en su almohada
mi sonrisa que le sosiega.
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