Las paredes del orgullo
limitan la franquicia de los sueños
y es ese silencio,
candado que acuartela
las palabras del amor
entre las frías soledades
de la desconfianza.
¿Desde cuándo perdimos la inocencia?
El temor a ser heridos,
a los vacíos que quedan
en la exhalación de recuerdos,
a inhalar el mismo humo
de hogueras pasadas,
crisol que ahoga un haz de luz
llamado vida.
Los ventanales de la conciencia
desisten de conciliar,
párpados egoístas se cierran
a un mundo equidistante,
otros ojos
tristes como el invierno,
huertos desnudos de rosales
sin aves que agiten
los espectros de las pupilas.
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