domingo, 7 de febrero de 2016

Seguir viviendo



La emoción nos hiere la entraña 
al escribirle a la vida
y estas horas sabatinas 
soplan en los cabellos
un ocaso color naranja
que huele a mangos de azúcar,
a ropas secas al sol,
a trinos que cabecean 
en el encordado de pestañas,
a las risas y a las rondas 
de un puñado de cándidos,
 inefable algarabía de una veintena de ojos
que se agazapan en los bolsillos
de la noche que se vierte.

Me desnudo de la nostalgia
de los olvidos y de los silencios,
expuesta yace la piel 
a la lluvia de la palabra,
 burbujea entre los poros, 
perfumes de otrora dicha
en reminiscencia de esa luz
en que fallecen las formas,
 equilibrio de la razón 
en la calidez de un abrazo,
oxígeno fundamental
en horas abusivas.

Se enjugan las vísceras
atravesadas de sermones
y se humedece de suspiros
el nido de las mariposas...

¡No más vientres confundidos 
por amaneceres helados!,
ni de gargantas trancadas 
por el filo de los enojos.
La luz que se despierta 
al amanecer de mi nombre,
arrulla rostros de luna
entre miradas de vino,
verdades que tienen alas 
y que ahondan los silencios
en espacios desgastados
por las omisiones del egoísmo.

El amor alimenta las aves 
que vuelan bajo los párpados
y tañe en lo profundo 
la campana ronca del hombre,
se ahuyenta la afonía 
en las bocas que sonríen
y se suicida el dolor
ante  el perdón y el olvido.






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