La emoción nos hiere la entraña
al escribirle a la vida
al escribirle a la vida
y estas horas sabatinas
soplan en los cabellos
soplan en los cabellos
un ocaso color naranja
que huele a mangos de azúcar,
a ropas secas al sol,
a trinos que cabecean
en el encordado de pestañas,
en el encordado de pestañas,
a las risas y a las rondas
de un puñado de cándidos,
de un puñado de cándidos,
inefable algarabía de
una veintena de ojos
que se agazapan en los bolsillos
de la noche que se vierte.
Me desnudo de la nostalgia
de los olvidos y de los silencios,
expuesta yace la piel
a la lluvia de la palabra,
a la lluvia de la palabra,
burbujea entre los
poros,
perfumes de otrora dicha
perfumes de otrora dicha
en reminiscencia de esa luz
en que fallecen las formas,
equilibrio de la
razón
en la calidez de un abrazo,
en la calidez de un abrazo,
oxígeno fundamental
en horas abusivas.
Se enjugan las vísceras
atravesadas de sermones
atravesadas de sermones
y se humedece de suspiros
el nido de las mariposas...
¡No más vientres confundidos
por amaneceres helados!,
por amaneceres helados!,
ni de gargantas trancadas
por el filo de los enojos.
por el filo de los enojos.
La luz que se despierta
al amanecer de mi nombre,
al amanecer de mi nombre,
arrulla rostros de luna
entre miradas de vino,
entre miradas de vino,
verdades que tienen alas
y que ahondan los silencios
y que ahondan los silencios
en espacios desgastados
por las omisiones del egoísmo.
El amor alimenta las aves
que vuelan bajo los párpados
que vuelan bajo los párpados
y tañe en lo profundo
la campana ronca del hombre,
la campana ronca del hombre,
se ahuyenta la afonía
en las bocas que sonríen
en las bocas que sonríen
y se suicida el dolor
ante el perdón y el olvido.
ante el perdón y el olvido.
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