Disímil el color
de lo que el alma encierra
y el matiz de la voluntad,
demandadora de la sensibilidad
sobre la osamenta.
Debiéramos sumirnos
en el mutismo de las medias noches
sentados a la mesa de los consensos
con el oído presto
al susurro que se enerva
y a la piel que expone
las caras del prisma
de una dicha disfrazada,
la fibra defendiera el relámpago de muerte
que se antepone histriónico
a la dulzura y a la armonía de los sueños
y el espíritu objetara
sobre el exilio de su beso
lejos de su morada de calor
cayendo en los abismos
del desequilibrio irracional
esparciendo hiel
entre los labios y la lengua
y una sal de miedo
que usufructúa
el sentimiento de aguamiel
el que mantiene tañendo
el corazón honesto.
Legionarios del amor
firmes con el lábaro en lo alto
-principio y fin del ser como consigna-
es misión quimérica
para el ojo que se sorprende
de la forma y del sabor
desertando de la semilla,
mostaza ínfima que da la vida
que otorga el equilibrio,
alfa y omega
de nuestro universo íntimo.
Se hinca la rodilla
y las cuencas sin candados se derraman,
ecuanimidad entre las notas
de la materia y del alma,
hombro a hombro caminan juntas
por la senda simple
de la otoñal mirada.
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