jueves, 7 de enero de 2016

Una herida más



Soledad que arropa, 
cobertor personal para noches arbitrarias.


Soledad envestida por pañuelos húmedos,
dulce lluvia que arremetía los veranos 
en una greda infértil, 
pedregal inánime a calendarios ajenos.

Costumbre de bailar entre cenizas 
abrazada a las pavesas del invierno, 
elevándose entre ramas que apuntalaban la nostalgia.

Lo supiste …

Surcaron tus pasos de norte a sur 
y de oriente a occidente, 
advertiste sus páramos desnudos de rosales 
y te quedaste…

A caso…

¿No fueron tropiezos en aristas agresivas
las que cortaron tus palmas? 

¿No fueron oprobio, sus palabras?

¿Esas miradas que derogaron la faz de una sonrisa 
no hicieron de la duda, un calendario sin festivos?

¡Fue tu decisión, no la suya, de quedarte!

De podar cada espino 
que servía de empedrado a sus horas cansadas, 
a esa mirada esquiva atravesada por briznas 
que calaron la pupila por versos ilusorios 
que nublaron la fe y la confianza.

Te quedaste…

¿Para qué?

¿Para qué limpiaste de malezas sus heridas?

Araste y sembraste la semilla, 
germen de trigo primoroso, gestado en el convexo de su alma.

Ahora…

La tormenta del olvido cargada de rencores, 
arrasa primaveras.

Mataste el tigre y sales, 
huyes a sus despojos.

Dilo ahora, benefactor de las tristezas…

¿Cómo hace ella, para escurrir cada alborada 
del agua pulcra que yace entre costillas?

Las estrellas te persiguen, en un cielo revestido de sonetos, 
obnubila sus chispazos y no alcanzan 
tus labios saciar la sed, ventanas de utopías 
llevan a los ojos, tejer linos que falsean el orgullo.

¡El silencio es tu signo!

¡La soledad es su gracia!





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