cobertor personal para noches arbitrarias.
Soledad envestida por pañuelos húmedos,
dulce lluvia que arremetía los veranos
en una greda infértil,
pedregal inánime a calendarios ajenos.
Costumbre de bailar entre cenizas
abrazada a las pavesas del invierno,
elevándose entre ramas que apuntalaban la nostalgia.
Lo supiste …
Surcaron tus pasos de norte a sur
y de oriente a occidente,
advertiste sus páramos desnudos de rosales
y te quedaste…
A caso…
¿No fueron tropiezos en aristas agresivas
las que cortaron tus palmas?
¿No fueron oprobio, sus palabras?
¿Esas miradas que derogaron la faz de una sonrisa
no hicieron de la duda, un calendario sin festivos?
¡Fue tu decisión, no la suya, de quedarte!
De podar cada espino
que servía de empedrado a sus horas cansadas,
a esa mirada esquiva atravesada por briznas
que calaron la pupila por versos ilusorios
que nublaron la fe y la confianza.
Te quedaste…
¿Para qué?
¿Para qué limpiaste de malezas sus heridas?
Araste y sembraste la semilla,
germen de trigo primoroso, gestado en el convexo de su alma.
Ahora…
La tormenta del olvido cargada de rencores,
arrasa primaveras.
Mataste el tigre y sales,
huyes a sus despojos.
Dilo ahora, benefactor de las tristezas…
¿Cómo hace ella, para escurrir cada alborada
del agua pulcra que yace entre costillas?
Las estrellas te persiguen, en un cielo revestido de sonetos,
obnubila sus chispazos y no alcanzan
tus labios saciar la sed, ventanas de utopías
llevan a los ojos, tejer linos que falsean el orgullo.
¡El silencio es tu signo!
¡La soledad es su gracia!
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