¡Tu silencio!
¡Mi silencio!
pausas musicales en el latido de las voces
de cada ser,
como horma al zapato
se ajustan a su dueño.
El silencio
es parte de uno mismo,
es como la gripe
que se oculta en nuestras fibras
y en extrema condición
germina y se impone con fatiga,
nos inhibe
de la armonía
y la emoción.
Los hay
genéricos y por edades,
mutismo para todos los estados de ánimo
para el que está enamorado
y para el que vive en soledad.
Unos son
como cuartos de menguante
medio ocultos
entre velados,
asomándose de vez en vez
bajo las redes de las pestañas
en tibios manantiales.
Hay silencios
que les gusta vivir
dentro de nuestros silencios más grandes,
como el de la esperanza
que reside en los seres donde hay luz
donde hay amor.
El silencio de la Fe
que se arrodilla a los pies de EL y se crece
necesita de ese otro callado misterio para existir.
El silencio del beso húmedo
el de la entrega
el del sentir profundo
el que se acrisola en la pasión.
El silencio de las manos
cuando éstas acarician…
entibian
enaltecen y honran,
también
porque transmutan
el trabajo en alimento digno.
El silencio del cautivo
del maltratado
el de aquél
que no tiene oportunidad
de exponer las razones de su mutismo,
el de la intolerancia
y del irrespeto.
El silencio… que me trae voces
las que se izan en mi sangre
agolpándose en las liras de mi garganta
y cubren el callado universo,
asisten a mis notas
arpegios que se difuman en la acústica de tus oídos
y los absorbes.
¡El de los muertos!,
que aún fenecidos se perciben en sus huellas
heredadas por los hijos,
en trazos
en signos
o en costumbres,
silencios hechos vocablos
en versos y poesía.
¡Tu silencio, mi silencio… nos ha unido!
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