sábado, 18 de mayo de 2013

A esa mirada...









Está en mis manos
el espectro de esa mirada que se extravía
en el filo mismo de un desértico infinito.

¡Cómo se malgasta!

¡Cómo se pierde!

Infecunda mirada plasmada en pergamino,
ausente del cosmos,
imprecisa,
sin humedad,
enclavada en el alto collado
donde se surca el relieve
de las eras de su tiempo.

¿Qué diría ella…
si tuviera en frente,
la alborada de dos soles
y le alumbrarán?

¿Qué extraña combustión suscitaría,
si cual saeta,
atravesara las distancias
y en esa yesca peligrosa,
encendiera llamaradas?

¡Que no se derroche!

Déjenla que encuentre
las vibraciones del arpa que interpreta,
movimientos de su alma perturbada,
déjenla que inverne
en el paroxismo oculto
del verso que la aclama.

¡A ella,
a esa mirada!

Permítanse
tener dueña
y se congratule en las inquietantes olas
de los lagos que le azoran,

permítanse
ser brisa entre las redes
de los doseles curvos que ocultan
la suerte del destino,
advirtiendo
el magnetismo al que se expone,
geodesia cálida, natural
con aromas de esperanzas,

que arrobe los sentidos
y proclame con angustia,
la palabra que se ofusca
que se esconde
entre la dermis y los linos,
la que cabe en una gota de lluvia
y estalla en la frente
de aquellos
que se encuentran.

¡A ella!
a esa mirada…

la que hago mía
al roce de los índices,
la que trae su sonrisa,
la que su voz me acude
y que la hace brotar en su garganta
mi nombre…

¡Porqué me llama!



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